08 enero, 2010

EL FERROCARRIL Y LA TAZA DE CHOCOLATE

En el Estado de Michoacán hay un pueblito llamado Ocampo.
En el vivían hace muchos años un par de hermanas ya mayores de edad, las cuales eran maestras de profesión y propietarias de un Hostal localizado a orillas de una vía del ferrocarril.
Mi familia y yo nos hospedamos en ese lugar, pues era nuestra intención visitar un santuario de mariposas Monarca, que estaba localizado en las afueras del pueblo.

Recuerdo particularmente ese viaje, ya que tuve la oportunidad de probar la taza de chocolate espumoso, más delicioso de mi infancia.
Y lo curioso es que ese chocolate lo disfruté en una mesa muy rústica, compartida con gente muy sencilla, después de haberme despertado con el canto de los gallos, y de haber tomado un baño con agua fría.

En ese viaje conseché zanahorias, papas, nabos y frambuesas, aprendí a disfrutar lo sencillo de la vida, y aprendí también que la hospitalidad no necesita de manteles largos ni vajillas costosas. La verdadera hospitalidad no se compra ni se vende, porque es gratuidad que nace del interior de cada ser humano.

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