No... no me refiero a los atributos físicos de alguna dama.
Tampoco se trata de las cualidades que distinguen a alguna amiga cuyo nombre sea Concepción.
Ni quiero relatar la actitud de algún personaje, de esos que abundan, que sabe aprovecharse del prójimo.
Ahora quiero sencillamente hablar de nuestro delicioso: ¡Pan de dulce!
Esa tradición que heredamos de maravillosos panaderos de origen español y que llegó hace muchísimos años, para quedarse.
"El pan de dulce"; ese con el que crecimos y que estoy segura cada quien tiene su favorito.
Cuando yo era pequeña, no había merienda en casa sin pan de dulce.
Recuerdo que por las tardes, al salir de mis clases de baile español con "Celia y Peña", mi mamá y yo siempre nos deteníamos, en la panadería cercana a mi hogar. "Rochi, vamos por el pan" me decía, y yo vestida con falda azul de lunares blancos, leotardo azul del mismo tono, y zapatos de tacón ( de esos que se usan para zapatear), bajaba del auto, de la mano de mi madre a escoger mi pan de dulce, no sin antes hacer una parada obligada en el Dumbo mecánico que estaba a la entrada de la panadería.
Conchas de vainilla y chocolate, polvorones, chilindrinas, puerquitos de piloncillo, orejas, cuernitos de azúcar, donas, churros, panquecitos con su capacillo rojo, pan de chochitos (muy solicitado entre mis hermanos y yo), etc. etc.
Algunas veces, el hambre ya arreciaba después de tanto: "hojas de té, hojas de té, hojas y hojas y hojas de té" que repetía hasta el cansancio al ritmo del taconeo, nuestro querido maestro de baile; así que después de comprar el pan ya de camino a casa, hurgaba en la bolsa de papel de estraza y literalmente pepenaba un trozo de pan de mi preferencia, el cual iba saboreando durante el trayecto.
El pan de dulce, acompañado de una buena taza de chocolate o café, es motivo de reunión familiar, y también por alguna razón que desconozco, es el preferido de la gente mayor.
No perdamos esta tradición tan nuestra: nada como una buena concha....
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